lunes, 11 de abril de 2011

El adolescente y el mundo social

PSICOLOGÍA Y CULTURA
Anexo un video sobre los adolescentes actuales, si bien tiene un sentido irónico nos permitirá reflexionar sobres ciertas representaciones sociales comunes.



DELVAL, Juan; “EL DESARROLLO HUMANO”; México; Siglo XXI Editores, 1996

23. EL ADOLESCENTE Y EL MUNDO SOCIAL

La adolescencia es un fenómeno suficientemente complejo como para que se resista a ser descrito de manera resumida y siguiendo unas grandes líneas. A partir de lo que hemos estado viendo en los dos capítulos anteriores podemos darnos cuenta de que la cantidad de factores que intervienen y las intrincadas relaciones que mantienen entre ellos hace arriesgado realizar afirmaciones tajantes y válidas en todos los casos, sin que vayan acompañadas de numerosas precisiones. Por ello existe el riesgo inevitable de tener que contentarse con ofrecer un panorama impresionista, siempre necesitado de matizaciones y muy de sentido común. En las páginas que siguen vamos a tratar de realizar una síntesis de algunos aspectos de la adolescencia en relación con el mundo social que nos parecen plausibles.
Lo que parece fuera de duda es que la adolescencia es un fenómeno de terminado en buena medida   por la sociedad en la que se produce, y que por ello, puede adoptar diversas formas, según la interacción que se produzca entre los cambios físicos y psicológicos, por un lado, y las resistencias sociales por el otro.
El hecho desencadenante es que se inician cambios físicos y psicológicos que proporcionan al joven las capacidades y las posibilidades que tienen los individuos maduros, pero lo que le falta es la experiencia y poder sacar partido de las posibilidades que sus nuevas capacidades le ofrecen. El sujeto se tiene que insertar en la sociedad adulta y hacerse un hueco en ella. Pero el que posea las posibilidades de los adultos no le garantiza un puesto igualitario en la sociedad de los mayores. Además, como esos puestos no están determinados de antemano y los hombres, como todos los mamíferos sociales, viven en una sociedad jerárquica, hay que lograr un lugar compitiendo con los otros.
Los hechos fundamentales se pueden resumir en los siguientes:
El/la joven experimentan unos cambios físicos a los que tienen que habituarse, lo que resulta difícil por la rapidez con la que se producen. Tienen que construir un autoconcepto y una identidad nuevos, que incluyan cómo se ven a sí mismos y cómo les ven los demás. Los jóvenes tienen que hacer un hueco en la sociedad adulta, para lo que encuentran resistencias de los adultos, que pueden sentirse amenazados por ellos. En su búsqueda de independencia se cambian los lazos con la familia y muchas veces se produce un rechazo hacia los padres, pero los jóvenes siguen siendo muy dependientes, no sólo material, sino también afectivamente. La ruptura de la identificación con los padres se ve compensada por la admiración hacia figuras alejadas que adquieren una dimensión simbólica, o incluso mediante la identificación con creencias o ideales de ida más abstractos. Pero esa modificación en los lazos familiares se ve facilitada por el establecimiento de nuevas relaciones afectivas con los amigos y a amistad adquiere una importancia que no tenía antes. También se produce el descubrimiento del amor y, eventualmente, de las relaciones sexuales. Como consecuencia de todo ello, y muy determinado por la respuesta social, a veces se producen desajustes y trastornos, que generalmente no son graves, pero pueden serlo  en algunos casos y que se manifiestan en el consumo de drogas, en la huida de la casa familiar, en embarazos no deseados, o incluso en el suicidio o la muerte en accidente.
El carácter más determinante de la adolescencia y al que pueden reducirse los demás es la entrada y la inserción en el mundo de los adultos. El final del crecimiento físico es la condición biológica que hace esto posible y en ese sentido actúa como una precondición. Esa entrada en el mundo adulto está condicionada por la adquisición de la capacidad reproductiva, lo cual muestra el entronque profundo con las determinaciones biológicas. Desde el punto de vista psicológico, los rasgos esenciales son que el niño deja de ser niño, porque ya ha crecido y tiene las características físicas de los adultos, y tiene que obtener un lugar en el mundo de éstos. Eso supone simultáneamente intentar ser como éstos y, al mismo tiempo, oponerse a ellos, tratando de ocupar su puesto. Recíprocamente, el adolescente encuentra una oposición de los adultos que le consideran todavía como inmaduro y falto de experiencia. Creo que esta ambivalencia respecto al mundo de los adultos, al que se quiere pertenecer y que se niega al mismo tiempo, es un rasgo muy importante del comportamiento del adolescente.
Un aspecto sobre el que conviene llamar la atención es la importancia de lo social, no equiparable con la que tenía en otras edades anteriores. En todas las edades el medio social tiene una influencia notable, pero el papel que tiene en la adolescencia es distinto, porque antes el sujeto estaba influido y determinado por él y tenía que someterse, pero sin ser consciente de ello, pues la sociedad era un hecho del que el niño no había tomado conciencia. En todo caso no podía cambiar mucho las cosas y ni siquiera se lo planteaba. Ahora se da cuenta de la existencia de la presión social y además empieza a considerarse como actor. Por un lado toma conciencia de la existencia de la sociedad y además comprende que tiene que actuar en esa función, y se pregunta qué hace allí y por qué le toca hacer ese papel en una obra que no ha elegido. Eso puede provocar inadaptaciones y rechazos pues los jóvenes tienen confianza en sus propias posibilidades pero no son muy sensibles a sus limitaciones, algo que comprenderán como efecto de las resistencias que van a encontrar.
La adolescencia no es un período unitario, sino que puede dividirse en varias fases que están determinadas por el tipo de sociedad. Puede distinguirse un período inicial, o adolescencia temprana, en el que tienen lugar los rápidos cambios físicos, que apenas dan tiempo para que el joven se habitúe a ellos, donde los chicos/as empiezan a verse distanciados de sus padres y de su condición anterior de niños. En la adolescencia tardía, se ha producido ya la asimilación de esos cambios y empiezan a hacerse planes respecto a la vida futura, el/la joven se hace más independiente de la vida familiar, pasa mucho tiempo fuera de la casa, con los amigos, y saca  partido de los cambios referentes a la vida social y al pensamiento. Algunos autores prefieren hablar de tres etapas y distinguir un período temprano, uno intermedio y uno tardío.

La búsqueda de la identidad


Una de las primeras cosas que tiene que conseguir el adolescente es asimilar los rápidos cambios físicos que está experimentando. Su cuerpo cambia, su voz cambia, aparecen los caracteres sexuales secundarios y todo ello hace que la imagen que tiene de sí mismo se modifique. Nuestra propia imagen corporal es algo importante en todas las edades, pero para el adolescente temprano puede llegar a ser algo crucial, por varias razones.
En primer lugar, los cambios no tienen lugar en todos los adolescentes a la vez y, como veíamos en el capítulo 21, hay grandes diferencias individuales. Algunos crecen demasiado deprisa, y son mucho más altos que sus compañeros; otros, en cambio, empiezan a crecer  más tarde y siguen siendo niños frente a los compañeros de su misma edad, lo que les provoca el miedo de quedarse pequeños. En algunos estudios se ha encontrado que los que maduran lentamente suelen ser más inquietos y necesitan continuamente atraer la atención de los demás, como para mostrar que están ahí. En cambio, los que maduran pronto suelen sentirse más seguros y convertirse en los individuos dominantes de su grupo. El peso también es objeto de preocupación. Es muy frecuente que las chicas quieran perder peso, y eso puede conducir incluso a la anorexia, un trastorno que puede ser muy grave, mientras que bastantes varones, a los que el estirón les da un aspecto larguirucho y desgarbado, querrían aumentarlo.
En segundo lugar, el adolescente presta gran atención a la opinión de los otros y le importa mucho lo que piensen de él y cómo le vean, y además tiende a sentirse el centro de las miradas de todos, en esa manifestación de egocentrismo social de la que hablábamos en el capítulo 15. A muchos les preocupa el acné, que frecuentemente aparece en la cara y que se debe a un exceso de producción de grasa de las glándulas sebáceas, que irrita los tejidos circundantes. El crecimiento de los pechos en las chicas es también un motivo de preocupación, tanto si es lento, como si es rápido, por esa tendencia a no alejarse de la media. En nuestra cultura se exageran estas inquietudes, por la importancia que se atribuye a la imagen corporal y a ser atractivo/a, sobre lo que se insiste continuamente en los medios de comunicación.
En la adolescencia se observan, entonces, importantes cambios en el concepto de sí mismo o autoconcepto. El autoconcepto es el conjunto de representaciones que el individuo elabora sobre sí mismo y que incluyen aspectos corporales, psicológicos, sociales y morales. Los niños tienen también un autoconcepto pero mucho más simple y muy referido a rasgos externos y materiales. Como respuesta a la pregunta “¿quién soy?”, suelen contestar haciendo referencia a rasgos físicos, a la actividad que realizan o los objetos que poseen (Montemayor y Eisen, 1977). Un chico de nueve o diez años puede aludir a que es un niño, que estudia el quinto año, que vive en la calle X, que tiene dos hermanos, que le gusta jugar al fútbol y ver la televisión, que tiene una bicicleta y unos patines, que le divierte jugar con una consola. En cambio, a partir de los doce años las descripciones pasan a referirse a aspectos más psicológicos y a las relaciones con los otros. Un chico puede describirse diciendo que es una persona, que tiene bastantes amigos, que le gusta salir a pasear con ellos, que le gusta una chica, que a veces no sabe realmente lo que quiere, que le gustaría hacer las cosas mejor, que tiene la sensación de ser dos personas distintas, una cuando está con sus amigos y otra con su familia, que a veces siente que no es lo suficientemente sincero.
El autoconcepto de los adolescentes es mucho más complejo y es el producto resultante de las aspiraciones propias y de la imagen que devuelven los demás. Esa imagen reflejada es esencial, pero no siempre exacta y pueden llegar a producirse deformaciones tremendas. Todos queremos ser los mejores, al menos en un ámbito, y tenemos miedo a no destacar y a que los otros  no nos aprecien. Los adolescentes experimentan grandes oscilaciones, que van de sentirse excepcional, a situarse muy por debajo de los compañeros. Es una etapa de tanteos hasta encontrar el justo lugar, en la que existe un gran miedo al ridículo. Esa “audiencia imaginaria” de la que habla Elkind (véase capitulo 15) atormenta al adolescente y le hace sentirse escrutado por los demás.
Cada uno de nosotros va construyendo una noción de identidad personal que implica una unidad y continuidad del yo frente a los cambios del ambiente y del crecimiento individual. Esa identidad es el resultado de la integración de los distintos aspectos del yo, entre los cuales puede incluirse el autoconcepto. El psicoanalista Erik Erikson (1950, 1968), es el que ha popularizado el concepto de identidad y sobre todo la noción de “crisis de identidad”. Erikson ha dividido el desarrollo humano, desde el nacimiento a la edad madura, en ocho estadios, cada uno de los cuales supone superar una crisis. Pero es en la adolescencia cuando se produce la crisis principal y hay que construir la identidad del yo, a la que se opone el sentimiento de difusión de la identidad. Los adolescentes tratan de sintetizar sus experiencias anteriores, y se apoyan en el sentimiento de confianza o inseguridad que han adquirido en las distintas etapas de la infancia, para alcanzar una identidad personal estable, el haber superado satisfactoriamente las crisis anteriores hace posible abordar ésta con más posibilidades de éxito.
Erikson resume así las tareas de la adolescencia:

He denominado sentimiento de identidad interior a la integridad (wholeness) que ha de lograrse en este estadio. A fin de experimentar la integridad, el joven debe sentir una continuidad progresiva entre aquello que ha llegado a ser durante los largos años de la infancia y lo que promete ser en el futuro; entre lo que él piensa que es y lo que percibe que los demás ven en él y esperan de él. Individualmente hablando, la identidad incluye (pero es más que) la suma de todas las identificaciones sucesivas de aquellos años tempranos en los que el niño quería ser –y era con frecuencia obligado a ser- como la gente de la que dependía. La identidad es un producto único que en este momento enfrenta una crisis que ha de resolverse sólo en nuevas identificaciones con compañeros de la misma edad y con figuras líderes fuera de la familia. La búsqueda de una identidad nueva y no obstante confiable quizá pueda apreciarse mejor en el constante esfuerzo de los adolescentes por definirse, sobredefinirse y redefinirse a sí mismos y a cada uno de los otros en comparaciones a menudo crueles (Erikson, 1968, pp.71-72).

Según Erikson la sociedad en la cual trata de integrarse el adolescente tiene la función de guiar y limitar las elecciones del individuo. Las sociedades primitivas realizan ceremonias de iniciación que facilitan esa integración (como veremos más adelante), mientras que en nuestras sociedades es una tarea menos dirigida, y por ello más difícil.
A partir de las ideas de Erikson, James Marcia (1964, 1980) ha tratado de estudian cómo se resuelve la crisis de identidad en los adolescentes tardíos. Marcia encuentra que hay cuatro estatus de identidad, que llama difusión de la identidad, exclusión, moratoria y logro de la identidad. Para establecerlos tiene en cuenta que se produzca o no un período de crisis o toma de decisión, y el compromiso personal respecto a la ocupación y la ideología. La combinación de ambos aspectos determina esos cuatro estatus o niveles de identidad, que hemos resumido y explicado en el cuadro 23.1.

CUADRO 23.1.  Niveles de identidad en la adolescencia


  La identidad se refiere a una posición existencial, a una organización interna de necesidades, capacidades y autopercepciones, así como a una postura sociopolítica, entendida en sentido amplio.
  El nivel de identidad se establece a través de cuatro modos de enfrentarse con el problema de la identidad tal y como se produce en la adolescencia tardía. La clasificación se hace basándose en la presencia o ausencia de un período de decisión (crisis) y la amplitud del compromiso personal en dos áreas: la ocupación y la ideología.
DIFUSIÓN DE LA IDENTIDAD
Crisis incierta, sin compromiso

El individuo no tiene todavía una dirección ocupacional o ideológica, no ha establecido un compromiso. Puede haber crisis pero no se ha resuelto.
Podría cambiar fácilmente su posición, que es inestable.
EXCLUSIÓN (ANULACIÓN)
Sin crisis, con compromiso

Personas que están comprometidas con posiciones ocupacionales e ideológicas, pero que no han experimentado una crisis. Las posiciones han sido elegidas por otros (generalmente por los padres), sin que se haya producido una elección propia.
Se ha adoptado una posición que no se cambiaría fácilmente, sobre todo por no desagradar a otros.
MORATORIA
En crisis, compromiso impreciso

Individuos enfrentados con los problemas ideológicos u ocupacionales, que están en una crisis de identidad que todavía no han resuelto.
Podría cambiar, pero no sabe hacia dónde ni cómo.
LOGRO DE LA IDENTIDAD
Con crisis, con compromiso

El individuo ha pasado el período de toma de decisiones y ha resuelto la crisis por sus propios medios. Persigue una ocupación elegida por él mismo, así como objetivos ideológicos propios.
No cambiaría fácilmente su posición porque considera que su elección es acertada.

Lo que sostienen algunos estudios es que los individuos que han establecido mejor su identidad están más adaptados a las situaciones sociales, tienen una confianza mayor en ellos mismos y más facilidades para relacionarse con los demás. Pero, en sentido estricto, la identidad no se termina de establecer nunca definitivamente y puede haber otras crisis de identidad en la edad adulta.

 

La entrada en la sociedad adulta


Hemos venido señalando que la inserción en la sociedad adulta es el carácter definitorio más esencial de la adolescencia, y la tarea principal que los adolescentes tienen que afrontar. Por ello su importancia no puede infravalorarse.
En muchas sociedades tradicionales todos los cambios de estatus social dentro de la comunidad van acompañados de rituales, a veces muy complejos; que resaltan simbólicamente ese tránsito, tanto para el que cambia como para el resto de la comunidad. El nacimiento, la primera dentición, la adolescencia y la entrada en la sociedad adulta, el matrimonio, el acceso a un estatus determinado o la muerte, van acompañados de ritos que refuerzan el sentimiento de unión entre los miembros del grupo y la conciencia social. Esas sociedades se suelen caracterizar porque la vida social está muy reglamentada, las costumbres –que se remontan a épocas lejanas- se cumplen rigurosamente y el no cumplirlas es reprobado o sancionado fuertemente. Eso hace que las normas sociales determinen el curso de la vida de cada individuo de una manera bastante precisa, y se deja poco espacio para la ambigüedad, para elegir por sí mismo. Al mismo tiempo el sentimiento de participación y de vinculación del individuo con la comunidad es muy intenso y el individuo es menos individuo que en las sociedades occidentales. El antropólogo francés Arnold van Gennep (1908) reunió, hace ya muchos años, en un estudio clásico, las características de esas ceremonias que se denominan ritos de paso.
Uno de los tránsitos fundamentales es la incorporación a la sociedad de los adultos, y Ven Gennep señala que hay que distinguir la pubertad física de la pubertad social, que es lo que podemos denominar adolescencia. Es ésta, y no los cambios físicos, la que se señala mediante los ritos de paso, que suelen incluir ofrendas, aislamiento y mutilaciones o marcas corporales que ponen de manifiesto hacia el exterior el nuevo estatus. Aunque las variaciones entre unas culturas y otras son grandes, sin embargo, se tiende a marcar siempre en esos ritos de paso el corte con la vida anterior, el dejar de ser niño o niña, para convertirse en adulto. Entre los kurni de Australia, el parentesco del niño varón con la madre se rompe y a partir de ese momento queda adscrito a los hombres, teniendo que renunciar a los juegos de la infancia. Van Gennep resume así algunas de las características de las ceremonias entre los australianos:

Se considera al novicio como muerto, y permanece muerto mientras dura el noviciado. Éste se prolonga durante un tiempo más o menos largo y consiste en un debilitamiento corporal y mental del novicio, destinado sin duda a hacerle perder toda memoria de su vida infantil. A continuación viene una parte positiva: enseñanza del código consuetudinario, educación progresiva por ejecución ante el novicio de las ceremonias totémicas, recitado de mitos, etc. El acto final es una ceremonia religiosa (...) y; sobre todo, una mutilación especial, que varía con las tribus (se extrae un diente, se practica una incisión en el pene, etc.) y que hace al novicio idéntico por siempre a los miembros adultos del clan. (...) Allí donde se considera al novicio como muerto, se le resucita y se le enseña a vivir, pero de modo distinto a como lo ha hecho durante la infancia (an Gennep, 1908, p. 89).

Como se ve, se subraya siempre ese elemento de corte con la situación anterior, que se puede llevar hasta considerar al joven como muerto para propiciar un segundo nacimiento, lo que nos recuerda a la idea de Rousseau o de Stanley Hall, que mencionábamos en el capítulo 21. Y también dejar una marca indeleble, que muestra para siempre que el sujeto ha pasado a una nueva situación. Los ritos suelen tener un carácter marcadamente sexual, que señala la posibilidad de procreación y que muchas veces van unidos al matrimonio, y también de participación en las costumbres, tradiciones y actividades de los adultos de la tribu.
Aunque estas ceremonias puedan parecer brutales, sin embargo permiten un tránsito a la nueva situación mucho más fácil que en las sociedades occidentales. Margaret Mead (1928), al estudiar la vida de las jóvenes en Samoa, intentó subrayar cómo los conflictos están ausentes, los caminos marcados, las normas claras y la sociedad pone los medios para que la integración de los individuos no sea traumática. Por eso, según ella, la adolescencia no es un período conflictivo en esa cultura.
Algunos autores, como Coleman (1980), también han criticado la idea de que en nuestra sociedad tengan que producirse durante la adolescencia fenómenos traumáticos y han subrayado el aspecto de continuidad con las etapas anteriores, poniendo de manifiesto  que esa presunta crisis no es la norma sino la excepción. Pero es innegable que entre nosotros los adolescentes se encuentran situados ante múltiples opciones y no se les ayuda a elegir. La vida social se torna cada vez más compleja, nuestras costumbres han cambiado en períodos cortos y la experiencia de los adultos a veces resulta insuficiente para los jóvenes, pues su adolescencia se produjo de una manera bastante distinta.
También en nuestra sociedad pueden encontrarse actividades que recuerdan esos ritos de paso, pero que han cambiado mucho su carácter. Podemos encontrarlas sobre todo en el ámbito de la educación. Los distintos exámenes y las diferentes pruebas de ingreso o de acceso, los exámenes finales de la enseñanza secundaria, etc., pueden desempeñar esa función de ritos de iniciación o pruebas que el neófito tiene que sufrir. En algunos países se celebran fiestas de graduación ligadas a la terminación de los estudios. También se mantiene, por ejemplo, en algunos países de Iberoamérica, la tradición de la “fiesta de los quince”, para marcar el ingreso de las muchachas en la sociedad de los adultos. A partir de ese momento pueden acceder a ciertas prerrogativas que las niñas no tienen, como ir a bailes, a ciertas películas y es más aceptado maquillarse o tener novio.
La inserción en el mundo de los adultos no es simplemente algo que el/la adolescente viva, sino que también la perciben los adultos. Pero para ambos en nuestras sociedades se produce una situación de ambivalencia. La familia percibe los cambios que se producen en el joven, pero se le trata de una manera ambigua, ya que por una parte se le exige más que a los niños y se le pide que contraiga más responsabilidades, pero por otra se le sigue considerando inmaduro e inexperto. La posición social es muy poco clara, porque ahora los niños y adolescentes tienen acceso más temprano a muchas cosas, entre ellas a consumir y disponer de dinero, pero al mismo tiempo la adolescencia se prolonga ya que los jóvenes continúan estudiando durante muchos más años y actualmente acceden mucho más tarde al trabajo, y además el desempleo juvenil es especialmente alto. Desde el punto de vista del adolescente también se producen ambivalencias y frecuentemente tratan de comportarse como adultos en cuestiones en las que no lo son, sin lograr ver sus limitaciones. Eso da lugar a una serie de problemas –por ejemplo, respecto a la bebida o el sexo- de los que hablaremos más adelante.
Al no estar bien regulado el paso a la vida adulta, los mayores mantienen una resistencia real a la incorporación de los jóvenes. La sociedad está determinada por las generaciones anteriores, que son las que han establecido las instituciones, las que controlan el poder político, la actividad económica, y las que han fijado lo que se enseña en la escuela. Pero al mismo tiempo, no todas las generaciones son idénticas porque éstas dependen no sólo de la clase social, sino también del momento histórico, de la cohorte, cosa que ha sido subrayada por los psicólogos del ciclo vital (life-span). Cada cohorte tiene una influencia histórica y tiene que oponerse en alguna medida a la generación anterior. Veíamos que entre los chimpancés también existe una resistencia de los adultos frente a la conducta “atrevida” de los jóvenes, lo que nos hace pensar que debe tratarse de un fenómeno bastante general.
De hecho existe una prolongación de la adolescencia cada vez mayor intentando mantener a los jóvenes fuera del aparato productivo al no existir necesidades perentorias de mano de obra y por otras causas que son muy complejas entre las que podría contarse también las dificultades de la formación, la mayor acumulación de conocimientos  que se ha producido y que se supone que el joven tiene que conocer. Pero podemos pensar que el factor determinante es la no necesidad del trabajo de los jóvenes. Así pues, el joven tiene  que arrancar a los adultos una parte de su poder que éstos no van a ceder de buen grado. Es interesante examinar aquí las diferencias en el empleo entre los jóvenes y los adultos y cómo aquéllos deben luchar por conseguir un trabajo. En épocas de crisis, como en la que nos encontramos actualmente, esto es particularmente llamativo e incluso escalofriante. Pero el fenómeno existe siempre, y el nivel de empleo de los jóvenes que buscan su primer trabajo es siempre mucho menor que el de los adultos. Se produce aquí un círculo vicioso desesperante para el joven, y es que no tiene experiencia de trabajo porque no ha trabajado y eso dificulta que obtenga un puesto, pero al no obtenerlo no puede lograr esa experiencia que se le está exigiendo. El desempleo entre los menores de 20 años alcanza el 60%, dependiendo del nivel de estudios conseguido, tasa mucho más alta que en los de mayor edad.
Puede decirse, entonces, que los adultos ven con preocupación la llegada de individuos nuevos en un plano de igualdad, y tienen miedo de verse relegados por ellos. Esto provoca un rechazo por parte de los adultos que procuran mantener a los nuevos en una situación de subordinación. Pero éstos quieren conseguir un lugar semejante al de los adultos para lo cual rechazan y ponen en duda el liderazgo y el mundo de los adultos, incluso la organización social en su conjunto. Se establecen formas de asociación entre los nuevos que tienen que constituir su identidad en la pugna con los adultos intentando negarlos, y al mismo tiempo pareciéndose a ellos. Por eso la adolescencia es una etapa de inconformismo, a la que frecuentemente sucede una etapa de integración, cuando ya se ha conseguido el lugar al que se aspiraba, olvidando las ansias renovadoras que se tenían anteriormente. Pero esto constituye un factor  importante de la dinámica del cambio social, produciéndose ciertas modificaciones, pero lo suficientemente ligeras como para no poner en peligro la estructura social. Finalmente, los nuevos individuos se van a hacer muy parecidos a los anteriores y van a olvidar buena parte de sus deseos de cambio. Esto lo hemos vivido de una manera particularmente clara en España, tras una situación de estancamiento artificial producida durante muchos años por la dictadura. Los  que habían sido jóvenes opositores al sistema, han ido escalando posiciones en la esfera social y olvidando sus objetivos iniciales, intentando adaptarlos a lo que llaman una posición realista que es el mantenimiento de lo que existe, y provocándose nuevamente una ruptura con los elementos más jóvenes.
Los jóvenes tienden también a rechazar a la familia; pueden ver a sus padres como anticuados y viejos. La idealización de los padres que existe en la infancia, y que resulta beneficiosa para el niño, es sustituida por una visión mucho más crítica, en un movimiento pendular. Por una parte se ve a los padres de una manera más realista, al haberse aumentado el conocimiento social y disponerse de muchos más referentes. Pero además la crítica se exacerba, para poder lograr un distanciamiento, que con el tiempo irá desapareciendo, cuando llega el momento en que las relaciones pueden establecerse en un plano de mayor igualdad. Por ello la adolescencia es un período difícil, no sólo para los jóvenes, sino también para los padres, que tienen que resistir las oposiciones y los desplantes, desde su punto de vista gratuito, de sus hijos. Sin embargo, y pese a su aparente oposición e independencia, los adolescentes necesitan mucho el apoyo y la comprensión de la familia, que tiene que producirse de una manera sutil, pues de otro modo daría lugar a un rechazo mayor. Las buenas relaciones con la familia pueden contribuir mucho a que la transición adolescente se haga con una mayor suavidad. Posiblemente el tipo de apego que se estableció en la infancia y la mayor confianza en uno mismo, y en los afectos que logran los que han tenido un apego seguro, tengan una influencia en cómo se supere la adolescencia.

Las amistades adolescentes


Para realizar esa ambigua entrada en el mundo de los adultos, el joven necesita oponerse a ellos, se aleja de la familia y cambia los vínculos con los padres. Naturalmente eso resultaría todavía mucho más difícil si no pudiera encontrar algún apoyo en otra parte. Por eso los amigos y los compañeros pasan a desempeñar un papel tan importante, y los adolescentes tienden a agruparse. El vincularse con los coetáneos desempeña, pues, dos funciones. Por un lado, es una fuente de apoyo a la hora de alejarse de la familia y, por otro, permite compartir experiencias con otras personas que tienen los mismos problemas y una posición semejante en el mundo.
La influencia del grupo de coetáneos puede ser muy grande, y no siempre beneficiosa, e incluso el joven puede sentirlo así. Pero al mismo tiempo le resulta difícil sustraerse a ella pues necesita encontrar apoyo en alguna parte. Cuanto mayor es la distancia con la familia, más necesita a los amigos. Al tener una identidad poco formada el adolescente forma una “identidad gregaria”, compartida con los otros y lograda también mediante identificaciones con personajes públicos, figuras de la música, de los espectáculos, “héroes” que se convierten en modelos.
Si el joven encuentra poco espacio para desarrollarse y actuar en su entorno tiene pocas posibilidades de sentirse útil y capaz de hacer cosas, lo que le puede llevar al desprecio de los valores sociales y, vinculado con otros en su misma situación, a producir conductas antisociales y delictivas. Las bandas de adolescentes pone de manifiesto esa deficiente integración y pueden considerarse como una conducta de rechazo desesperado, que también puede llevar a la drogadicción.
Encontramos aquí un ejemplo interesantísimo de cómo se produce el desarrollo por medio de la resistencia de la realidad. Cuando hablábamos del período sensorio-motor señalábamos cómo el niño pequeño tiene que construir la realidad mediante la resistencia que le ofrece. Cuando sus necesidades y sus deseos no se ven satisfechos inmediatamente es cuando toma conciencia de que hay una realidad externa que se le resiste y tiene que salir de ese estado de indiferenciación inicial, de egocentrismo primario, en que se encuentra. Algo muy semejante sucede en un nivel muy distinto cuando el sujeto tiene que encontrar la resistencia de los otros y oponerse a ellos para tomar conciencia de su propio yo. Frecuentemente, esto lleva a considerarse como único, como sujeto de experiencias incomunicables, suponiendo que lo que le sucede a él, lo que él siente, no lo experimenta nadie más. Que esos sentimientos, por tanto, no se pueden comunicar, excepto si acaso a algún amigo íntimo que puede comprenderlo. Pero ese sentimiento de incomprensión del adolescente está muy extendido. Probablemente los adultos son tan comprendidos o tan poco comprendidos como  los adolescentes, pero ese problema deja de preocuparles y pasa a segundo plano. Es curioso y llamativo el contraste, que parecen a veces hechos con el mismo molde, y ese sentimiento de unicidad, de excepcionalidad, que todos experimentan. Pero es que por primera vez están experimentando sentimientos de los cuales toman conciencia y sobre los que reflexionan, sin haber tenido tiempo de comprobar que son muy comunes.
Las amistades adolescentes van cambiando con los años. Según Douvan y Adelson (1966), en un estudio clásico basado sobre todo en niñas, en la adolescencia temprana, entre los once y trece años, las amistades se centran en la actividad, en hacer cosas juntos. En la adolescencia media, de los catorce a los dieciséis, lo más importante es la seguridad, y la lealtad se convierte en un valor central. Es el momento en que la chica empieza a salir con muchachos y necesita alguien en quien confiar y a quien pedir consejo y apoyo. Finalmente en la adolescencia avanzada, las amistades se hacen más relajadas y seguras, y las jóvenes tienen menos miedo a ser abandonadas o traicionadas. Se valora sobre todo la personalidad de la amiga, y la posibilidad de compartir puntos de vista. Estudios posteriores han venido a confirmar esta descripción.
Pero, si la edad establece diferencias importantes en la forma de la amistad, también el sexo marca diferencias. Los muchachos se sienten menos ansiosos respecto a sus amigos, y valoran más la posibilidad de compartir experiencias y de obtener ayuda en caso de necesidad que la sensibilidad o la empatía. Coleman (1980) señala que las tensiones, los celos y los conflictos aparecen mencionados con mucha más frecuencia en las descripciones de la amistad de las chicas que en las de los chicos. La amistad de los hombres se orienta más hacia la acción, mientras que las mujeres se preocupan sobre todo por las relaciones emocionales, lo cual tiene que ver con la forma de socialización de cada sexo y con el papel que cada uno de ellos desempeña en la vida social.
Durante la adolescencia suelen empezar a producirse las primeras relaciones amorosas. Los cambios en las relaciones con el otro sexo son muy notables. El interés se desarrolla muy rápidamente ligado a los cambios hormonales y a la influencia social. El hecho de que se produzcan relaciones sexuales o no depende fundamentalmente de factores sociales, pero el deseo está ahí. La cultura judeocristiana ha reprimido duramente las relaciones sexuales prematrimoniales y también la masturbación, y para la Iglesia sigue siendo algo muy reprobable. Como ya puso de manifiesto Freud, la represión de las pulsiones sexuales es un componen te esencial de nuestra civilización. Probablemente a través de él se promueven la sumisión a la autoridad y el mantenimiento del orden social. Otras sociedades tienen posiciones muy distintas y Malinowski (1927) mostró cómo entre los trobriandeses la actividad sexual se iniciaba en la infancia y sería anormal llegar al matrimonio sin haber tenido relaciones sexuales completas. Ciertas sociedades pueden caracterizarse como muy represivas, otras son tolerantes y algunas propician que se produzcan relaciones prematrimoniales, considerando que su ausencia sería perjudicial para la adopción de las conductas adultas e incluso para la maternidad (Ford y Beach, 1951).
En la mayor parte de los países occidentales se han producido notables cambios en la moral sexual después de la segunda guerra mundial debidos, sobre todo, al descubrimiento de nuevos métodos anticonceptivos y a la mejora de las condiciones económicas, haciéndose las costumbres mucho más permisivas. En España, y en otros países del ámbito iberoamericano, esa liberalización de las costumbres se ha producido más tarde, debido a la influencia de la Iglesia y a la mayor lentitud de los cambios políticos y económicos, pero sigue pautas parecidas, Posiblemente, la función de control social que la represión de la sexualidad ejercía antes en las sociedades occidentales ha sido sustituida por otros procedimientos, entre los que no puede menospreciarse la televisión, aunque naturalmente estos fenómenos sociales son debidos a la interacción de múltiples causas y no pueden reducirse nunca a un factor o unos pocos.
En todo caso, la iniciación en la vida sexual, como otros aspectos de la transición adolescente, se hace de una manera más o menos suave según las resistencias que la sociedad presenta. En nuestras sociedades existen todavía muchas resistencias, debidas a la rapidez con que los cambios se han producido, lo que hace que los adultos hayan crecido con otras costumbres y que ellos mismos se sientan confusos ante el comportamiento de sus hijos, sin saber qué actitud deben adoptar. La escasa preparación de los profesores en torno a este tema y, nuevamente, los rápidos cambios hacen que una mayoría no se sienta a gusto en este terreno. En todo caso la información sexual es muy importante, pero las encuestas ponen de manifiesto que es muy escasa y propicia que se produzcan embarazos no deseados.

Proyectos de vida


En el capítulo anterior hemos visto los importantes cambios que se producen en el pensamiento del adolescente y que se caracterizan por la capacidad para elaborar mundos posibles. Esto va a tener repercusiones sobre su actividad social y les va a permitir representarse su vida futura y elaborar programas de vida. Numerosos autores han puesto de manifiesto esa tendencia de los adolescentes a reflexionar sobre su vida y sobre el mundo social, que se encuentra frecuentemente reflejada en los diarios que muchos jóvenes escriben.
Inhelder y Piaget (1955) atribuyen mucha importancia a este hecho. Al disponer de capacidades intelectuales muchos mayores que las de los niños, lo que les permite manejar con más facilidad lo posible, son capaces de construir proyectos vitales en los que se representan su propia actividad futura y la sociedad en la que viven:

El adolescente reflexiona sobre su propio pensamiento y construye teorías. El hecho de que estas teorías sean poco profundas, poco hábiles y sobre todo por lo general poco originales no es importante: desde el punto vista funcional, estos sistemas presentan la significación esencial de permitirle al adolescente su inserción moral e intelectual dentro de la sociedad de los adultos, sin hablar aún de su programa de vida y de sus proyectos de reforma. En particular le son indispensables para asimilar las ideologías que caracterizan a la sociedad o a las clases sociales como cuerpos organizados en oposición a las simples relaciones interindividuales (Inhelder y Piaget, 1955, p. 286).

La creación de esos mundos posibles tiene entonces dos funciones. Por una parte explicitar los deseos y las aspiraciones del joven, representarse hacia dónde quiere ir. Por otro, elaborar una imagen de la sociedad, descubriendo las relaciones que la rigen y criticándola. Como habíamos visto en el capítulo 19, sólo a partir de este momento es capaz de representarse el funcionamiento social y entender que la sociedad es algo más que la suma de los individuos, descubriendo que existen relaciones propiamente sociales.
Los jóvenes elaboran teorías, o al menos tienen ideas, sobre la vida política y económica. En algunos se producen crisis religiosas que socavan los fundamentos de lo que han creído hasta entonces, reflejo sobre todo de la transmisión de los adultos. Muchos se preocupan por los problemas morales. Algunos tienen intereses literarios, artísticos, científicos o filosóficos. En las autobiografías de muchas figuras de la literatura, la ciencia, la filosofía o la política descubrimos que las ideas que desarrollaron a lo largo de su vida aparecieron de forma incipiente en los años de la adolescencia tardía. El hecho de tener que insertarse en un mundo al que uno no pertenecía hasta ahora, y verse de pronto como un adulto semejante a aquellos a los que uno ha estado sometido durante tantos años, conduce a ser capaz de examinar la sociedad adulta y frecuentemente a examinarla de una manera crítica.

La inquietud moral


Se produce además, y en relación con todo esto, un desajuste entre los valores que nos han sido transmitidos a lo largo de los años de la infancia, y la realidad que nos rodea. Loa valores que se nos han inculcado de solidaridad, justicia, reciprocidad, respecto a los otros, altruismo, etc., se descubre de pronto que sólo existen en la imaginación y los deseos, y que la realidad social, muy frecuentemente, no se adapta para nada a ellos, que existe una doble moralidad, de la que se dice y de la que se hace. Y esto supone una quiebra de la racionalidad simplista del niño que concebía el mundo como algo que funciona perfectamente, para enfrentarse con una realidad no sólo muy imperfecta, sino contradictoria con las normas sociales transmitidas. Eso produce entonces un conflicto profundo y un rechazo de la sociedad adulta que se ve como algo cínico, mezquino, desdeñable y que se tiende a menos preciar. Y esto lleva entonces también a concebir otros mundos posibles, mejores que el mundo en que vivimos.
Los adolescentes experimentan mucho esos conflictos de valores porque piensan sobre ellos y porque son capaces de ver las cosas con mayor distancia que los niños. Es la etapa en la que según Kohlberg, como veíamos en el capítulo 18, se entra en el nivel posconvencional y el orden social existente puede criticarse si no se ajusta a unos principios.
A esos fenómenos básicos que en muchos aspectos pueden encontrarse también en otras especies animales, hay que añadir los rasgos característicos de la especie humana y hay que tener presente lo que ya hemos señalado muchas veces que la conducta humana se hace mucho más compleja y ofrece múltiples vías de desarrollo de las necesidades primarias, algunas de tipo muy indirecto. Una de las características del hombre es ser capaz de planificar su acción y de moverse en distancias espacio-temporales muy grandes, no limitándose al entorno inmediato. Pero para ver esos mundos más alejados, son necesarias nuevas capacidades de pensamiento que los niños no poseían. A lo largo de la filogénesis, los hombres han adquirido formas de desarrollo de la inteligencia, que son, como hemos venido indicando, formas de adaptación, que necesitan adquirirse por medio de la transmisión cultural. Ligados indisolublemente a los cambios físicos, y cómo posibilitadores de la inserción en el mundo adulto, aparecen estos cambios en la capacidad de pensamiento. Conviene entender esto bien: el hombre a lo largo de la filogénesis ha desarrollado una poderosa capacidad de pensamiento, que tiene un valor adaptativo, necesita ser adquirida por los miembros de la sociedad para poder formar parte plena de ella. Por esto, en la adolescencia se necesitan adquirir, al menos en nuestras sociedades, esas capacidades de pensamiento que van a adquirir, al menos en nuestras sociedades, esas capacidades de pensamiento que van a determinar, entonces, cómo se produce la inserción en la sociedad adulta. Así vemos lo inextricablemente entrelazados que están estos fenómenos y cómo la existencia de una sociedad con sus instituciones y sus formas de pensamiento (incluyendo entre las instituciones la ciencia) hace posible y necesaria la adquisición de formas de pensamiento sofisticado por parte de los individuos que van a pertenecer a ella. La existencia de nuevas formas de pensamiento está exigida por la complejidad social y, al mismo tiempo, ésta hace posible esas formas de pensamiento y su adquisición.

 

La integración problemática


Todo lo que venimos señalando podría dar la impresión de que la integración adolescente resulta siempre muy problemática. Pero no suele ser así y aunque la adolescencia es, como estamos viendo, una etapa de una inusual actividad mental y social, de búsqueda y de exploración de los propios caminos, de inquietud y de insatisfacción con lo que se ha sido hasta entonces, en la mayoría de los adolescentes esas tensiones se resuelven sin problemas mayores. Es una etapa muy creativa y llena de posibilidades y proyectos, la mayoría de los cuales sólo se quedarán en eso. Pero en algunos casos se producen desajustes más graves, con consecuencias duraderas en la vida posterior. Lo que sucede es que esos casos representan un porcentaje pequeño, aunque muy visible. Los desajustes han existido siempre pero adoptan formas distintas en cada momento histórico.
Muchos problemas derivan de la distancia que existe entre lo que el adolescente se siente capaz de hacer y lo que realmente puede hacer. A veces las tensiones son muy fuertes y el joven necesita recurrir a medios externos para soportarlas. Uno de los problemas actuales de los jóvenes deriva de la bebida. Los adolescentes son tímidos al tiempo que atrevidos, y para relacionarse con los otros, para superar esa timidez, recurren a la bebida. Es una imitación de los adultos, pero son mucho menos capaces de controlarse y por su falta de experiencia conocen menos los límites de hasta dónde pueden llegar. Cuando beben se sienten mejor, superan las inhibiciones y son capaces de establecer relaciones con el otro sexo.
Según datos españoles, más del 90% de los mayores de 13 años han tomado bebidas alcohólicas alguna vez y el 60% reconoce haberse emborrachado. Se calcula que un 10% adquirirán alguna forma de alcoholismo. Parece también que estas conductas están aumentando con rapidez. Los jóvenes beben actualmente de distinta manera que los adultos. Mientras que éstos suelen beber como una actividad social que se realiza lentamente y que puede llegar a la embriaguez, de tal manera que la embriaguez es un resultado posible pero no buscado, los adolescentes beben para ponerse en marcha y por ello beben deprisa, quieren desinhibirse, sentirse alegres, reírse, ser más atrevidos, perder la vergüenza. Suelen beber los fines de semana, en las discotecas o las fiestas. Pero no tienen un control de cuándo se emborrachan y de lo que eso supone, lo que entre otras consecuencias aumenta enormemente los accidentes de tráfico, que son una de las primeras causas de muerte entre los jóvenes, y esos accidentes están provocados con mucha frecuencia por el alcohol.
La marihuana o el hachís, que son drogas mucho menos dañinas que el alcohol, han perdido la importancia que tenían hace unos años. La heroína produce efectos muy graves, pero es utilizada por grupos marginales y, aunque sus efectos pueden ser devastadores, afecta a un porcentaje de la población relativamente pequeño. El uso de la cocaína se está extendiendo y sus efectos en los consumidores habituales parecen también dañinos.
Todas las sociedades históricas han utilizado drogas pero su uso solía estar socialmente bien regulado, es decir, se sabía en qué situaciones y en qué cuantía se podían tomar. El fenómeno preocupante de nuestro tiempo es precisamente la pérdida de ese control social. Se habla continuamente de la represión del narcotráfico sin tener en cuenta que mientras hay consumo habrá gente dispuesta a producir las drogas y a venderlas, sobre todo si se pueden obtener grandes beneficios favorecidos por el hecho de que se trata de un comercio clandestino. Además, las implicaciones de los poderes políticos y económicos de muchos países respecto al tráfico de drogas parece innegable.
Pero, dejando de lado esos aspectos que nos sacarían de nuestra perspectiva, lo que hay que plantearse es que la gente consume drogas de forma descontrolada. Posiblemente hay que verlo como una conducta patológica resultado de la imposibilidad de adaptarse a un ambiente hostil cuando no se poseen capacidades para hacerlo. Cuando las perspectivas vitales que pueden alcanzarse son casi inexistentes, cuando la propia vida social exige más de lo que se puede lograr, una solución es tomar sustancias que hagan olvidar ese mundo. Para un joven desempleado de clase baja, que vive en una familia problemática, que no ha tenido buenos resultados en sus estudios, las perspectivas son poco halagüeñas. Dado que se ve totalmente importante para cambiar la realidad que le rodea de una forma positiva, lo único que puede hacer es negarla. Por ello es un candidato claro para convertirse en consumidor de heroína y de otras drogas que le dan la posibilidad de escapar psicológicamente de la cruel realidad circundante, de reducir las tensiones y olvidarse temporalmente de ellas. Algunos pueden suicidarse directamente, pero son supone tomar una gran decisión: la droga permite hacerlo poco a poco y soportar mejor el día a día. El problema de la droga no puede resolverse con medidas represivas, sino con acciones psicosociales que traten de evitar las causas que llevan a ese consumo incontrolado.
Con el acceso al sexo sucede algo parecido. En muchas sociedades los jóvenes se casan pronto y empiezan a tener hijos. Pero en nuestra sociedad eso resulta difícil pues las exigencias económicas son muy grandes y los adolescentes no tienen acceso a un trabajo que les permita vivir ni a conseguir una vivienda. Al haberse destruido estructuras sociales tradicionales, un embarazo temprano es algo de consecuencias graves que pueden extenderse por el resto de la vida. Vemos de nuevo aquí cómo las formas sociales determinan la conducta y generan desadaptaciones.
En Estados Unidos hay más de un millón de embarazos adolescentes cada año, que se saldan con unos cuatrocientos mil abortos provocados y el resto se convierte en madres adolescentes. Éstas no se encuentran preparadas para atender a su hijo, ni están insertas en una red familiar muy densa como la que existe en otras culturas que permite seguir perfectamente integradas. La madre adolescente tiene que interrumpir sus estudios y ve todo su futuro gravemente afectado. La educación sexual resulta insuficiente y muchos adolescentes, aunque conozcan los métodos anticonceptivos, piensan que por una vez no va a pasar nada. Como toda la nueva moral sexual está mal integrada socialmente, los adolescentes no saben hacer uso de sus posibilidades.
Todos los años miles de adolescentes huyen de sus casas, lo que a veces no es más que una pequeña aventura, pero en otros casos se convierte en un problema grave por los peligros a los que se ven expuestos. Esas huidas suelen ser el resultado de una mala integración familiar, que tiene mal arreglo, pues de nuevo se trata de un problema social, que no es fácil de cambiar por métodos psicológicos.
Hay otros muchos problemas que afectan a los adolescentes y uno que se menciona frecuentemente es la creciente violencia gratuita y la existencia de bandas que la realizan. En Estados Unidos se calcula que hay alrededor de un millón de jóvenes vinculados a esas bandas. En la mayor parte de los casos todas estas conductas problemáticas son el producto de una sociedad que no proporciona los medios para que se realice una integración sin sobresaltos.


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